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Ayer terminé
La carretera, de Cormac McCarthy, alrededor de las seis de la tarde, y vi La carretera, de John Hillcoat, en la sesión de las ocho y media. No fue casualidad, por supuesto. Sabiendo que iría al cine el domingo, pedí prestada la novela para leerla antes de ver la película. Dicho y hecho. O, mejor dicho: leída y vista.
Leída… Cormac McCarthy consigue en
La carretera el más difícil todavía literario.
Como siempre en los grandes, es una cuestión de estilo, pero no como exhibicionismo petulante de recursos, no como un hombre que te llama a voces desde el otro lado del campo para que lo mires y te des cuenta de que está ahí, sino como simple y pura necesidad. Así tenía que ser –piensa uno al ir leyendo – con ese tono, con esas palabras y de ninguna otra manera.
… y vista Por todo ello, cualquier adaptación al cine de
La carretera estaba condenada al fracaso, porque la novela es en sí anticinematográfica. Es el desolado reino de la palabra, y ahí reside su grandeza.
La de John Hillcoat no es una buena ni una mala adaptación: es quizás la única posible. Pone imágenes a la trama del libro –con algunas licencias – y poco más.
Hay, eso sí, dos grande errores: la música y la voz en off.
La carretera debería ser una película casi muda en la que solo se oyera el ruido crepitante de la tierra amortajada por las cenizas preapocalípticas.
De nuevo, como siempre, es una cuestión de estilo. La historia aquí funciona; el estilo, no. A diferencia de la novela, la película sí que la imaginamos contada de otra manera.