domingo, 31 de enero de 2010

Deseo y vacío

Entro en las librerías y salgo de vacío: sin el peso de los libros, sin el peso de la frustración.

A veces, el deseo nace más de la disposición que de la verdadera apetencia.

lunes, 25 de enero de 2010

ME APETECERÍA COMPRARME...


Ejemplaridad pública, de Javier Gomá (Taurus, 20,00 €).
Un ensayo que revaloriza lo ejemplar como virtud pública y, sobre todo, política.

domingo, 24 de enero de 2010

Bookless in Seattle (1: Susan)



Susan miró el papel que llevaba en la mano, luego el letrero que había sobre la puerta y asintió con la cabeza. Tras dar una última calada al cigarrillo que sostenía en su mano izquierda, lo espachurró con fuerza contra el cenicero-papelera que había junto a la puerta, donde empezó a estirarse como un gusano perezoso. Después pegó la cara a uno de los huecos cubiertos por cristales polvorientos que se abrían en la puerta de entrada.
Al otro lado, iluminados por una leve luz procedente del fondo de la estancia, miles de libros convivían en un espacio cuadrado y de techos bajos. Los más afortunados se apiñaban en anaqueles adosados a las paredes. Otros, cual inmigrantes de tercera en un trasatlántico, se apilaban en precarias torres en el suelo, algunas de las cuales se habían derrumbado y parecían templos en ruinas de una extinta civilización.
Susan contemplaba aquello con la respiración agitada de un boxeador apaleado que está a punto de tirar la toalla para no llegar al KO. De repente, se dio la vuelta, encendió otro cigarrillo y se puso a pasear por la acera con pasos cortos y nerviosos.

sábado, 16 de enero de 2010

RECOMIENDO…




ya que estamos en Estados Unidos, cualquier novela de Willa Cather (1876-1947), sobre todo Mi Ántonia. A veces parece milagroso cómo se puede escribir sobre el vitalismo sin caer en la simpleza ni la blandenguería. El mejor antídoto para el hartazgo de cierta literatura sobre la España negra que se regodea en la constancia de que nada va a cambiar para mejor y que todo está podrido. Otra actitud es posible. Yes, we can.

ME APETECERÍA COMPRARME...




sólo en los dos últimos días, dos novedades:
- El libro de los otros (Salamandra, 16’00 €): una antología en la que participan los más destacados narradores jóvenes anglosajones, que, a petición de la escritora británica Zadie Smith, escribieron un artículo creando un personaje.
- Juventud americana (Anagrama, 17’00 €), del joven norteamericano Phil Lamarche, la enésima –y aun así, ¿por qué todavía fascinante, atrayente? – novela sobre la pérdida de la inocencia americana –cliché made in USA –, gracias sobre todo a una elogiosa reseña de Robert Saladrigas en el suplemento Culturas de La Vanguardia.

Voltaire en el Tuenti


Se cumplen quince días desde el inicio de mis propósitos de año nuevo y no he pecado. Prueba superada, si bien es cierto que esta ciudad donde vivo no ofrece ningún lugar que incite a pecar con exceso. La gran prueba, pues, vendrá cuando tenga a mano una librería comme il faut.
Mientras tanto (es decir, mientras se reanuda el curso y mis actividades docentes se multiplican por dos) ya no compro libros y tampoco leo mucho, a excepción de ciertas piezas inéditas de escritores muy jóvenes que, por razones laborales, tengo que evaluar.
Así, pues, y teniendo todo esto en cuenta…

SIGO LEYENDO… Grandes esperanzas.

ESTOY LEYENDO Y HE DE TERMINAR PARA YA… Cándido, que – ¡oh, sorpresa! – el otro día despertó entre mis alumnos de bachillerato un apasionado debate sobre los excesos y licencias que se permite su autor con fines satíricos. Me confesaron, además, que la tarde anterior a la entrega del trabajo estuvieron hablando vía Tuenti y Messenger de algunas posibles interpretaciones del libro. ¡Voltaire en el Tuenti! ¡Voltaire en el Messenger! ¡Viven los clásicos!

lunes, 11 de enero de 2010

Cuentistas de tocho y lomo



Qué paradoja, la de los cuentistas. Toda su carrera derrochando brevedad y ligereza para que al final de su vida su cuerpo sea condenado al hoyo y su corpus al tocho. Ni ellos, enemigos acérrimos de lo superfluo, se libran de la gran moda literaria del más es más, del libro grande, ande o no ande, de esos tochos que se venden como churros, aunque sean suecos.
Los tochos de cuentos seguro que no se venden tan bien, pero, aun así, algunas editoriales no cejan en su empeño para que nos los llevemos a casa. Lumen, por ejemplo, ha publicado los relatos completos de las norteamericanas Flannery O’Connor, Dorothy Parker, Eudora Welty y Katherine Anne Porter, Annie Prouxl y Mavis Gallant. Los cuatro primeros ya forman parte de mi biblioteca, algunos leídos, otros a medio leer, otros casi sin tocar. Los dos últimos, no. ¿No poder comprármelos ahora me hará volver los ojos hacia los que guardo –no olvidados, pero sí como una tarea pendiente – en mi estantería? Si pudiera, ¿me los compraría o me sentiría culpable por almacenar a tantas cuentistas sin hacerles caso?

jueves, 7 de enero de 2010

Post post-Nadal


He de confesar que, aunque conocía a la ganadora del Premio Nadal 2010, Clara Sánchez, mi contacto con su obra sea bastante superficial.
Leí hace tiempo dos relatos suyos que me gustaron, curiosamente escritos ambos por encargo: uno para una serie de cuentos de verano que publicó El Mundo hace más de diez años, titulado El verano se acaba; el otro, Cari junto a una motocicleta roja, para la antología Madres e hijas (Barcelona, Anagrama, 1996).
Y he tenido alguna vez en mis manos su anterior novela, Presentimientos, pero no llegué a comprarla. Su planteamiento –la protagonista es una mujer en coma – me pareció sugerente, así como su intención confesa de reflejar la vida vacacional típica del Mediterráneo español, la de los apartamentos alquilados y las playas abarrotadas, sin asomo de condescendencia. Pero no tanto como para acabar comprándolo.
Si su novela premiada se parece a Cari junto a una motocicleta roja y logra alcanzar su tono poético y misterioso, merecerá la pena leerla.
Copio aquí el comienzo de ese relato, para quien quiera abrir boca:
“Cari me contó que Águeda, su madre, había visto la muerte: había entrado en su dormitorio, se había aproximado a los pies de la cama y allí se había quedado un rato. Le comenté que seguramente se trataba de un suelo, y Cari se quedó pensativa. Le pregunté por el aspecto de la muerte: blanco, como una nube, pero más desvaído. “Humo blanco, con boca y ojos negros”, concluyó. Varios meses después murió su padre”.

miércoles, 6 de enero de 2010

Post pre-Nadal


Ningún adulto cree que, si se va a dormir la noche del día 5 de enero y deja sus zapatos debajo de una ventana, al día siguiente habrán desaparecido bajo una montaña de regalos gracias a la magia de unos magos de Oriente.
Pero algunos escritores creen que, si mandan un manuscrito a alguno de los galardones convocados por las grandes editoriales y se sientan ilusionados a esperar el fallo, al cabo de unos meses su novela será premiada o destacada como finalista gracias a su calidad literaria y la buena fe de un prestigioso jurado.
Que los Reyes son los padres uno lo empieza a comprender quizás demasiado pronto.
Que los premios los traen los agentes algunos lo llegan a saber quizás demasiado tarde.
Pero, si en este juego de azar que es la vida, aceptamos con tanta naturalidad que los Reyes no existen, ¿por qué no asumir que los grandes premios literarios son cartas que ya salen marcadas, con el nombre puesto?
Quien no esté dispuesto a seguir las reglas del juego, que no juegue.

(En la imagen, Carmen Laforet, ganadora del primer Premio Nadal por Nada)

martes, 5 de enero de 2010

Noche de reyes


If music be the food of love, play on,
Give me excess of it; that surfeiting,
The appetite may sicken, and so die.
Twelfth Night Act 1, scene 1

Si la música es el alimento del amor, tocad, saciadme de ella, para que, a fuerza de escucharla, pueda enfermar, y así morir.
Noche de Epifanía, acto primero, escena 1

lunes, 4 de enero de 2010

Bookless


Hoy me he dado cuenta de que, si no fuera por los libros que atesoro en casa, me habría convertido en un bookless, ya que me han sancionado en la biblioteca pública, hasta el día nueve de enero, por devolver un libro con retraso; no puedo sacar libros de la biblioteca del instituto donde trabajo porque las clases no empiezan hasta el día siete de enero; y tampoco puedo comprar libros hasta el uno de enero del año que viene. Así que estos días me he visto condenado a arreglármelas con mis libros. Qué mejor manera de empezar mi propósito de año nuevo.
Aun así, he deambulado un rato entre las estanterías de la biblioteca pública, buscando posibles préstamos futuros, y me he dado una vuelta por una librería. Algunos pensarán que es masoquismo, pero yo lo llamo inercia. Además, enfrentarse a la tentación acrecienta el valor de los logros. Tarde o temprano, quien deja de fumar ha de enfrentarse al humo de los otros. Y tarde o temprano, yo debía enfrentarme a los libros destinados a ser de otros. En cualquier caso, hoy no he visto ninguno que me apeteciera comprar. Y me he ido de allí bookless.

ESTOY LEYENDO…
Grandes esperanzas, de Charles Dickens, por motivos laborales, aunque en este caso deber y querer coinciden. En la edición de Cátedra Letras Universales, que era la que había en la biblioteca de mi instituto, aunque tiene el inconveniente de la letra, muy pequeña (Planeta acaba de sacar otra en un tamaño más agradecido). Jamás entenderé por qué la gente que no ha leído a Dickens se atreve a juzgar su libros por la cubierta (metafóricamente hablando) y cree que sus novelas son la historia de un niño huérfano que lo pasa muy mal en la vida. De hecho, la obra de Dickens ha conseguido dar lugar a un adjetivo, dickensiano, privilegio reservado a muy pocos autores (cervantino, kafkiano, dantesco son algunos otros; pero también -¡oh sorpresa! – almodovariano). Lo dickensiano parece implicar mucho frío, muertes infantiles, orfanatos lúgubres, lluvia persistentes, lumbres agonizantes y poca comida. Pero Dickens es mucho más: es ironía sin punzón, es ternura sin blandenguería. Recomiendo a Dickens, aunque no esté de moda.

ME APETECERÍA COMPRARME…
Los años, de Virginia Woolf (Lumen: 22'90 euros). No la he visto hoy en la librería, aunque lo estuvo hace unos días y entonces no lo compré. Ahora es demasiado tarde, y tendré que esperar al año que viene, porque tampoco está en la biblioteca. Tal vez para entonces ya haya perdido las ganas de leerla, pero hoy me apetece hacerlo porque me gustaría ver cómo se desenvuelve Virginia Woolf con los moldes de una novela tradicional, de una saga familiar.

RECOMIENDO…
Ya que me he puesto tan británico, lo remato con otro libro de Woolf: Flush, biografía del perro del mismo nombre de la poeta inglesa del XIX Elizabeth Barrett-Bronwing. Especialmente indicado para los amantes de los animales domésticos y de los perros en particular. Rebajarnos a la altura de un can eleva y amplía nuestra mirada humana.

domingo, 3 de enero de 2010

Del fondo del armario a la superficie de la estantería

A menudo me pregunto por qué sigo comprando libros si tengo tantos en casa que aún no he leído. También me pregunto de vez en cuando por qué sigo comprándome ropa si conservo en mi armario prendas que ya no me pongo, que sólo me he puesto una vez y que, en mi fuero interno, sé que jamás me voy a poner. La analogía raya en lo peregrino, pero nos lleva al mismo terreno: la acumulación, el exceso, el consumo.
En la casa de cualquier persona que se viste y tiene y lee libros, la ropa queda recluida al ámbito de la privacidad absoluta, es decir, a lo privado de la privacidad, mientras que los libros, en cambio, se exhiben en los lugares más públicos de la casa. De hecho, los armarios tienen puertas, las estanterías no.
Tiramos ropa cuando ya está vieja, descolorida, pasada de moda o desgastada, o la guardamos para ponérnosla por casa o para hacer faenas con ella. Pero ¿nos deshacemos de un libro por desgastado, desencuadernado y descolorido que esté, porque nos ha gustado poco o por su ínfima calidad?
Cuando se nos antoja alguna prenda de vestir, nos decimos para disuadirnos de comprarla que no nos hace falta porque ya tenemos muchas así. ¿Diríamos lo mismo de un libro, que ya tenemos muchos, que no nos hace falta? Realmente, ¿compramos libros porque nos hacen falta?
Si no me comprara más ropa, ¿me pondría más la que tengo enterrada en las profundidades de mi armario?
Y si no comprara más libros, ¿leería por fin aquellos libros de mi biblioteca que jamás empecé?

sábado, 2 de enero de 2010

Reglas II (corrección de las publicadas ayer)

Parece mentira que, solo un día después de publicar las reglas de mi propósito de año nuevo, ya me esté corrigiendo a mí mismo, cual decreto del BOE. Pero el formato del blog aporta a la escritura un suplemento de interactividad que ayuda a veces a mejorar las cosas. Por eso, y sobre todo gracias a la sugerencia de Raúl (que siempre parece estar dispuesto a poner pruebas y a montarme yincanas), modifico la primera de las reglas de ayer: tampoco puedo comprarme libros que necesite para mis clases, pero sí me permito arreglármelas para que alguien los compre por mí. Así podré contar aquí cómo lo consigo.

(Gracias, Raúl, por la sugerencia, y por la mención a cierta película sabrosísima que sin duda ha ejercido sobre mí una influencia muy beneficiosa).

viernes, 1 de enero de 2010

Reglas

Ya estamos en 2010 y, por tanto, ya no compro libros. Pero este propósito de año nuevo está sujeto a unas reglas, como no podía ser menos.
La primera es no comprar libros a no ser que sea absolutamente imprescindible para mis clases.
La segunda, dejar constancia en este blog de todos aquellos libros que me gustaría comprar, explicando las razones y tomando nota de su precio, para así calcular al final del 2010 cuánto dinero me hubiera gastado en libros en un año.
Y la tercera y última, reflejar aquí cómo esta autoimpuesta abstinencia cambia mi relación con los libros que ya tengo.