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Hoy me he dado cuenta de que, si no fuera por los libros que atesoro en casa, me habría convertido en un bookless, ya que me han sancionado en la biblioteca pública, hasta el día nueve de enero, por devolver un libro con retraso; no puedo sacar libros de la biblioteca del instituto donde trabajo porque las clases no empiezan hasta el día siete de enero; y tampoco puedo comprar libros hasta el uno de enero del año que viene. Así que estos días me he visto condenado a arreglármelas con mis libros. Qué mejor manera de empezar mi propósito de año nuevo.
Aun así, he deambulado un rato entre las estanterías de la biblioteca pública, buscando posibles préstamos futuros, y me he dado una vuelta por una librería. Algunos pensarán que es masoquismo, pero yo lo llamo inercia. Además, enfrentarse a la tentación acrecienta el valor de los logros. Tarde o temprano, quien deja de fumar ha de enfrentarse al humo de los otros. Y tarde o temprano, yo debía enfrentarme a los libros destinados a ser de otros. En cualquier caso, hoy no he visto ninguno que me apeteciera comprar. Y me he ido de allí bookless.
ESTOY LEYENDO…
Grandes esperanzas, de Charles Dickens, por motivos laborales, aunque en este caso deber y querer coinciden. En la edición de Cátedra Letras Universales, que era la que había en la biblioteca de mi instituto, aunque tiene el inconveniente de la letra, muy pequeña (Planeta acaba de sacar otra en un tamaño más agradecido). Jamás entenderé por qué la gente que no ha leído a Dickens se atreve a juzgar su libros por la cubierta (metafóricamente hablando) y cree que sus novelas son la historia de un niño huérfano que lo pasa muy mal en la vida. De hecho, la obra de Dickens ha conseguido dar lugar a un adjetivo, dickensiano, privilegio reservado a muy pocos autores (cervantino, kafkiano, dantesco son algunos otros; pero también -¡oh sorpresa! – almodovariano). Lo dickensiano parece implicar mucho frío, muertes infantiles, orfanatos lúgubres, lluvia persistentes, lumbres agonizantes y poca comida. Pero Dickens es mucho más: es ironía sin punzón, es ternura sin blandenguería. Recomiendo a Dickens, aunque no esté de moda.
ME APETECERÍA COMPRARME…
Los años, de Virginia Woolf (Lumen: 22'90 euros). No la he visto hoy en la librería, aunque lo estuvo hace unos días y entonces no lo compré. Ahora es demasiado tarde, y tendré que esperar al año que viene, porque tampoco está en la biblioteca. Tal vez para entonces ya haya perdido las ganas de leerla, pero hoy me apetece hacerlo porque me gustaría ver cómo se desenvuelve Virginia Woolf con los moldes de una novela tradicional, de una saga familiar.
RECOMIENDO…
Ya que me he puesto tan británico, lo remato con otro libro de Woolf:
Flush, biografía del perro del mismo nombre de la poeta inglesa del XIX Elizabeth Barrett-Bronwing. Especialmente indicado para los amantes de los animales domésticos y de los perros en particular. Rebajarnos a la altura de un can eleva y amplía nuestra mirada humana.